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Sinopsis
Keilan sabe matar. Betty sabe cantar.
Ambas están huyendo y la única que las protege es La Herida del Mundo , quien es a su vez la fuente de los horrores que habitan su entorno.
El Culto del Vacío las persigue y quiere usarlas, dicen que son la Llave y el Portal , que juntas pueden abrir algo que nunca debió existir.
Betty no recuerda nada, solo que hay canciones que sanan, y Keilan le inventó un pasado donde no hubo templos ni Culto.
Mientras la realidad se descompone y la Herida se abre junto a sus pies, ambas deberán decidir si seguir huyendo… o enfrentarlo todo y arriesgarse a destruir lo que queda del mundo.
Una novela de fantasía oscura, cargada de emoción y violencia sobre dos chicas marcadas por un destino que no eligieron.
Entrevista con los muchachos de «La torre del Cuervo » a...
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Spoiler de la semana
Con la respiración agitada y la sangre cosquilleando en sus venas, Hidzá corrió entre los campos sembrados a toda la velocidad que fue capaz, hasta que alcanzó la orilla. Al llegar, se tomó unos breves segundos para serenarse y lograr conectar con su poder. Cuando se sintió listo, levantó ambas manos y el río comenzó a moverse lentamente, creando pequeñas olas en la superficie, que se fueron volviendo cada vez más grandes. Con un movimiento de sus dedos, el agua pareció cobrar vida y se formó una ola de varios metros de altura, la que dirigió con velocidad hasta el lado opuesto. Hidzá creyó que rompería en contra de la primera fila de casas, como mínimo, pero esta se estrelló frente a una pared invisible y retrocedió con la misma intensidad y velocidad.
—¡Malditos sean! —exclamó. Extendió sus manos delante de él y formó un escudo para contener el embiste del agua lo máximo posible, pero sabía que si no lo detenía, esta rebotaría de lado a lado hasta que las energías se agotaran y uno de los escudos se desvaneciera. Y tenía la seguridad que él sería el primero en caer, porque estaba solo y sin apoyo. Cuando el agua se retiró otra vez, Hidzá deshizo su escudo y se concentró en detener la ola antes de que alcanzara el otro lado del río. La turbulenta superficie regresó a la calma tan rápido como se levantó y, antes que pudiera reponerse, una fuerte y repentina corriente de aire lo arrojó al suelo. Los juncos y matorrales a su alrededor fueron arrancados de cuajo y el viento le hizo llegar una voz que susurraba.
— Ríndanse, o no habrá piedad alguna.
Hidzá rio.
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